Un año después de la inolvidable final de los Juegos Olímpicos, nuestra Selección vuelve a escena concitando, como cada verano, las mayores expectativas.
Un campeonato de Europa es siempre un gran campeonato, duro y difícil, pero también apasionante, seguramente más ahora que España parte, año sí año también, entre el selecto ramillete de favoritos a todo. Es un papel que asumimos, que nos gusta y al que estamos dispuestos a hacer honor no sólo luchando por la mayor de las medallas sino también jugando un buen baloncesto y exhibiendo esos valores que han convertido a nuestros equipos en grupos admirables.
Como dijimos hace doce meses en el camino hacia Pekín, que seamos capaces de medir nuestro trabajo más allá de los resultados puntuales del corto plazo no significa que renunciemos a conseguirlos. Y mucho menos en esta ocasión, en la que nuestros jugadores son conscientes de que están frente a un reto pendiente: esa medalla de oro europea que España nunca ha conseguido y que sin lugar a dudas esta generación dorada merece. Luchar por lo máximo es siempre el objetivo de este equipo, que a la hora de volverse a reunir ha demostrado de nuevo el ejemplar compromiso que ha sido una de las bases de sus recientes éxitos.
El baloncesto español es hoy en día una referencia europea y mundial gracias al inconformismo que nos transmiten todos quienes forman, han formado y formarán parte de este Equipo con mayúsculas, que esta semana se empieza a preparar para dentro de aproximadamente mes y medio podernos regalar una nueva alegría, quizás la más esperada porque es una alegría pendiente.