Veinte años son muchos, y más en este mundo de ritmos trepidantes, pero no los suficientes como para que podamos haber olvidado a uno de los nuestros. El recuerdo de Fernando Martín está hoy más vivo que nunca porque el camino que él trazó –con el carácter, la tenacidad y la sana ambición que dos décadas después lucen los actuales cracks- ha quedado para el baloncesto español abierto para siempre.
Su trágico e inesperado fallecimiento dejó huella en todos nosotros por el durísimo golpe que significó quedarnos de pronto sin uno de los referentes de la historia de nuestro deporte. Fernando exhibió con todas sus virtudes los valores con los que en el transcurso de los años, y de forma muy especial en estos últimos, hemos identificado al baloncesto español. Él lo hizo, además, con un espíritu pionero que en aquella época podía representar su ascenso a los altares de los héroes tanto como el riesgo de una caída al pozo de las envidias.
Su figura logró lo que realmente merecía: la admiración incondicional hacia un deportista que renuncia a su posición de número 1 para aventurarse en la historia. En Europa era un pívot dominante y en Portland jugó poco, pero su ejemplo valió por todos los minutos que estuvo en el banquillo y los poco menos de 100 que, en la pista, le asignaron para siempre la condición de estrella.
Muchos años después, el baloncesto español ha tenido y tiene en la NBA una representación tan amplia como brillante, de la que desde hace sólo unos meses brilla con luz propia el anillo de Pau Gasol. Pero nuestras actuales estrellas, no sólo las que están allí sino las que siguen luciendo aquí, pueden considerarse los mejores herederos posibles del espíritu competitivo de Fernando Martín.
El Premio que este jueves otorga el diario As a la Federación Española de Baloncesto y a las 8 selecciones que este histórico verano del 2009 han subido a los podios internacionales es sólo, por ahora, el último de los reconocimientos a los que nuestro baloncesto se ha hecho acreedor.
En estos veinte años el baloncesto ha evolucionado muchísimo, en muchos sentidos es literalmente otro. Pero lo que no ha cambiado es que el verdadero éxito se mide por ese carácter, esa tenacidad, esa sana ambición, en definitiva, ese espíritu, que nos han insuflado Fernando Martín y muchos otros que le sucedieron.