Los trece hijos y muchos nietos de Ernesto Segura de Luna tuvieron ayer la más cariñosa y sentida prueba de que el mundo del baloncesto no olvida nunca a quienes, como su padre y abuelo, le han dedicado gran parte de su vida. En el caso de Don Ernesto, nada menos que un cuarto de siglo, en el transcurso del cual nos dio una lección de capacidad de trabajo y de voluntad de diálogo, y también de una visión de futuro sólo al alcance de esos dirigentes excepcionales que saben sumar a la experiencia que dan los años una mentalidad permanentemente abierta. Por eso consiguió ser un presidente joven incluso cuando, ya cumplidos los 82, se aprestaba a pasarme el testigo.
Ayer, todos los que acudimos a despedirle recordamos a aquel Don Ernesto exigente consigo mismo y con sus colaboradores, ejemplo de disponibilidad, capaz de dirigir una reunión de la FEB en Madrid, dos días después haber volado hasta cualquier otra ciudad de cualquier continente para participar en una cumbre internacional y, de retorno, acudir directamente a algún pabellón en el que se le esperaba; todo, ya casi con 80. Y también recordamos, por supuesto, a aquel presidente capaz de ser el centro de una sobremesa inacabable saboreando uno de sus puros favoritos.
Pero, sobre todo, escuchamos a una de sus hijas explicarnos, emocionada, que su padre había sabido vivir hasta disfrutar, aunque esta vez ya fuera por televisión, un momento histórico para nuestro baloncesto. En los que están por venir siempre tendremos un recuerdo para él.
ARTÍCULO PUBLICADO EN EL DIARIO MUNDO DEPORTIVO en su edición del martes 2 de septiembre de 2008