Si tuviéramos que elegir entre todos a la figura más trascendente de la historia del baloncesto español, creo que serían pocos los que no apuntarían un nombre: el de Antonio Díaz Miguel. Y es que es muy difícil, por no decir imposible, encontrar en cualquier otra latitud un personaje que haya influido tanto en un deporte y en un país como la que ejerció el recordado Antonio en nuestro baloncesto.
Las grandes figuras de la historia del deporte no se miden sólo por sus éxitos materiales, sus medallas o sus títulos. Las grandes lo son precisamente porque han aportado, además, unos valores que trascienden a su época para convertirse precisamente en eso, en históricos.
Díaz Miguel dio al baloncesto español muchas victorias y algunas medallas tan inolvidables como la plata de Los Angeles, de la que aunque el año que viene se cumplirá un cuarto de siglo (¡cómo pasa el tiempo!), a todos quienes la vivimos, nos parece que fue casi casi anteayer. Pero Antonio nos dejó para siempre, sobre todo, su pasión por el baloncesto y una entrega sin límites. De modo que Antonio fue, ha sido, es y seguirá siendo para muchos de nosotros no sólo un referente irrepetible sino también una guía y un ejemplo. No importa si ahora somos entrenadores, jugadores, árbitros, periodistas o directivos: el recuerdo de su ilusión inagotable nos obliga a no dejar de respirar baloncesto ni un solo segundo.
Su figura y su recuerdo se hace más patente en unos momentos como estos, en los que estamos a punto de participar, con todas nuestras ilusiones y ambiciones, en unos Juegos Olímpicos, la gran competición internacional en la que el nombre de Antonio Díaz Miguel está inscrito con mayúsculas. Ser el único entrenador de la historia que ha participado en nada menos que ¡seis! ediciones sólo está al alcance de un figura mítica. Y para nosotros Antonio lo será siempre.
ARTÍCULO PUBLICADO EN LA EDICIÓN DEL DIARIO MARCA DEL DÍA 24 DE JULIO DE 2008