Unos Juegos Olímpicos representan siempre un desafío. Pero si además se acude con un equipo considerado por todos entre los grandes candidatos al éxito y calificado por jugadores y técnicos de Estados Unidos como “el rival a batir”, el desafío es ya verdaderamente apasionante. Y eso es lo que va a ser para el baloncesto español la gran cita de Pekín este mes de agosto.
Una cita en la que ya antes del salto inicial vamos a hacer historia porque seremos el único país europeo que habrá conseguido hacer desfilar a sus selecciones masculina y femenina en las dos últimas ediciones olímpicas. Para los chicos, el reto es no sólo deportivo sino también emocional: olvidar los malos tragos con que volvieron de Sydney y Atenas; y de las chicas estamos convencidos de que, como siempre han hecho, van a vaciarse para no dejar pasar la mínima oportunidad que se les presente.
Porque, fieles a la filosofía que ha hecho de la FEB una referencia nacional e internacional, que seamos capaces de medir nuestro trabajo más allá de los resultados puntuales del corto plazo no significa que renunciemos a conseguirlos. Al contrario: si por algo se caracteriza nuestra actual generación de jugadores y jugadoras es por ese inconformismo sin límites del que han sabido contagiarnos a base de esfuerzo, entusiasmo y victorias.
De modo que, consigamos lo que consigamos en la pista, lo que sí podemos garantizar a todos, incluso antes de emprender el largo viaje hacia Oriente, es que cuando regresemos el próximo día 25 lo volveremos a hacer orgullosos de nuestros equipos. Y eso en sí mismo ya es un éxito.