Decía Henry James que “el hombre es la suma de sus fantasías”. Y las nuestras se unieron en el verano de 1999 cuando los júniors de oro nos enseñaban el camino para erradicar complejos heredados. En adelante, solo jugaríamos para ser campeones. Y poco importaba si, como en 1999, enfrente estaba Estados Unidos. En ese descaro encontramos el primer paralelismo entre la gente del baloncesto y ésta del fútbol, ejecutora de Alemania.
Aunque la identidad más preciada entre ambos bloques aflora en una filosofía vital muy recomendable. Son estrellas, sí, pero son normales, creíbles como vecinos, educados en el respeto, fieles al sacrificio, enfocados a lo colectivo, amigos más que conocidos, gustosos de divertirse y divertir con su juego, ambicioso al máximo, de raíz humilde… No cuesta imaginarles en la mesa contigua de un bar tomando una caña, por eso la gente se refleja en ellos. No les cambiaron los oros ni buscaron otra forma de fama que la implícita en su éxito. Y mi opinión no nace del oportunismo. Se puede recordar 2006. Entonces, el fútbol fracasaba en el Mundial. Meses después, el baloncesto levantaba el título mundial.
Hubo quien trató de enfrentarnos, en una historia tan patria de buenos y malos. Nosotros éramos los guapos, no obstante, acudimos en bloque para defender a esos malos, gente sana, superdotados para aguantar una presión sin equivalente en el deporte español. Basta mirar el ejemplo de Casillas, con esa capacidad para sobrevivir al revuelo a su alrededor es para quitarse el sombrero.
Y tan parecidos somos que la última vez empezamos perdiendo. Nosotros en el Europeo, ellos en el Mundial. Primer partido, optimismo desbocado (en el entorno) y derrota inesperada. Pero ambos creemos en Nietzsche: “Lo que no te mata te hace más grande”.
Después de aquel desliz ante Suiza escribí a Hierro y Del Bosque para reforzar lo que seguro sabían: mientras tienes fichas, sigues en la mesa. “Nosotros empezamos perdiendo y acabamos triunfando”, les decía. “Hay materia prima, no hay por qué perder la confianza”. La respuesta desde Sudáfrica fue de seguridad: “Las cosas se han hecho bien. Opciones intactas”. Hoy son campeones, para su bien y el nuestro, pues nada cohesiona este país como el deporte. Y al tiempo regalan credibilidad. Nadal, Alonso, Pau Gasol, Xavi… hablan de un país serio.
¿El futuro? Nosotros asistimos cada año a quinielas sobre las renuncias de nuestras estrellas, sin embargo, España es luego quien menos bajas padece. Muchos anuncian deserciones o no se explican por qué nuestros jugadores acuden a su cita. “¿Por qué vuelvo? Porque las montañas están ahí” señalaba Edmund Hillary, pionero en el Everest. Y es que ningún equipo existe sin compromiso, fundamento de nuestras mil medallas y de un Mundial y una Eurocopa encadenados en el fútbol.
ARTÍCULO PUBLICADO EN LA EDICIÓN DE EL MUNDO DEL MARTES 13 DE JULIO DE 2010