Sonaba el despertador pasadas las 6 de la mañana, pero seguíamos soñando. Frente al televisor, Pau Gasol hacía historia siendo la mayor estrella de unos Lakers que, de su mano, han recuperado el glamour con el que sedujeron al mundo en los 80. Y es que Pau ha trascendido en lo deportivo, convirtiéndose en el heredero de iconos como Magic Johnson o Abdul Jabbar. Su proyección incluso supera la de otros grandes de la NBA. Ninguno tuvo la continuidad que ha exhibido Pau, presente en las últimas siete grandes finales del baloncesto: oro mundial (2006), plata europea (07) y olímpica (08), oro continental (09) y los dos últimos anillos de la NBA, además de la final de 2008.
Conocí a Pau en 1999 cuando era casi un niño. Comenzó el Mundial de Lisboa como un jugador de rotación de los júniors y acabó siendo básico en el primer gran éxito de una generación irrepetible, oro ante Estados Unidos en su primera gran lección de inconformismo. Ya entonces nos mostró las que, en mi opinión, don dos de sus principales virtudes: un irreductible carácter ganador combinado con la capacidad de poner al servicio del equipo un talento fuera de serie. No hay en el mundo nadie, con su calidad y físico, enfocado al grupo como Pau, rasgo de inteligencia. Y transmite valores que le convierten en una figura irrepetible.
Es un orgullo formar parte de la trayectoria de una leyenda que confirma que, con trabajo y humildad, es posible triunfar en cualquier ámbito. Aunque para despertarme del sueño que también anhela tu hermano haya que decirte wake up!. Ahora más que nunca estamos orgullosos de que, gracias a personas como tú, ser español ya no sea una excusa sino una responsabilidad.
(artículo publicado en la edición de El Mundo del sábado 19 de junio de 2010)